Ahora que los medios de comunicación han puesto de moda el tema del acoso escolar -que ha existido siempre-, no está de más recordar que yo también lo sufrí, ya que era un niño con gafas y parecido a Pancho, de Verano Azul, y sabido es que los matones del colegio suelen actuar como SS si no eres lo bastante ario para ellos. Pero el otro día, mientras un guardia de seguridad me cacheaba con entusiasmo a la entrada de un edificio del Gobierno, recordé que, por razones que desconozco, siempre le caía simpático a alguno de los más brutales matones, que en cierto modo me adoptaba y me salvaba de sufrir los castigos más crueles, castigos que iban a parar a chicos menos afortunados que yo. No sé si es que los matones eran homosexuales -yo de pequeño era guapísimo- o si mi total desamparo les hacía encontrar el padre desquiciado que todos llevamos dentro, pero el hecho es que aparecía entre nosotros una especie de endeble camaradería (endeble porque había que ir con pies de plomo para que no te estamparan la cara en el asfalto).
Creo que si me meten en la cárcel siempre encontraré la amistad y protección de algún asesino en serie.
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