Una vez un librero empezó a darme conversación con el noble propósito de venderme algo y, sin que viniera a cuenta de nada, señaló la cubierta de un libro con un tipo feísimo en ella y declaró que me parecía a él. Yo soy el primero en admitir que no he resultado muy agraciado en la lotería genética, pero incluso para mí resultaba evidente que aquello era un insulto injustificado y una manera muy rara de intentar vender libros.
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