El otro día iban en el tren unos chavales haciendo alarde de su exuberancia juvenil delante de unas chicas y, como buen introspectivo, me puse a pensar que yo nunca tuve eso. Nunca tuve un momento de potencia física en el que pudiera impresionar a hembras humanas. Siempre fui un tirillas, un Woody Allen agitanado. En teoría, esto debería facilitar el proceso de envejecer, puesto que no vas a echar de menos lo que no has perdido, pero yo siempre he sido mucho de anhelar lo jamás alcanzado, que siempre representa un ideal sin mácula.
No hay comentarios:
Publicar un comentario