Un hombre se sienta ante una mesa. Le entregan tres folios y le indican que ha de redactar un resumen de su vida. Tiene una hora para hacerlo. El hombre reflexiona. Qué podría contar que sea de interés. Podría limitarse a los detalles técnicos: edad, altura, peso, títulos académicos logrados, años cotizados como trabajador. ¿Valdría eso? O quizá lo que esperan es otra cosa, una especie de epopeya, una gesta romántica de sus hazañas. Ahora bien, ¿las hay? No puede ser juez y parte, aunque es cierto que César escribió La guerra de las Galias en tercera persona. Valora empezar con las partes en las que se divide Hispania, pero se lo impide el pudor. ¿Cómo historiar la propia vida? Imposible ser objetivo. Pero narrarla de manera apasionada también parece una empresa ridícula. Quién soy yo para contarme, a quién le importa, investiguen ustedes si de verdad están interesados, redacta finalmente.
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