Alba había quedado con su profesor, con el que estaba liada, pero no había nadie en el despacho. O bien el tipo se había olvidado de la cita o le había dado plantón de manera premeditada. En ambos casos se trataba de una demostración de desinterés y eso siempre significa poder sobre nuestros egos humanos heridos. Pero yo era joven e idiota (lo primero ya lo he dejado), así que no interpreté bien la situación cuando volvió a aparecer a mi lado con una sonrisa tímida. No pensé que estuviera falta de apoyo moral, sino que me sentí como en una película: la chica ha comprendido por fin que era feliz con su ex, el proyecto de escritor, salen los títulos de crédito y suena la música. Blanco y negro, nouvelle vague. Pero mi vida se trataba de otra película, una llamada Los afectos secundarios o algo así, y sólo estaba comenzando.
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