Las mujeres de mi vida, históricamente, no querían serlo. Como el prota de El coleccionista, de John Fowles, yo anhelaba pasar tiempo con ellas para que, de alguna manera, se enamoraran de mí. Ir a tomar algo juntos, asistir a conciertos, exposiciones, presentaciones de libros, al cine, etc. Pero siempre estaban en fuga ante mi persona, no existía la posibilidad de estar mínimamente presente y que se percataran de mis supuestas virtudes... Era frustrante y triste en grado sumo, pero tampoco parecía que hubiera nada en mi mano para revertirlo. La fascinación, el flechazo, se produce o no, pero no puede uno forzarlo (el síndrome de Estocolmo funciona de cierta manera). Yo quería que perdonaran mis múltiples defectos y me idealizaran contra toda lógica, quizá era pedir demasiado. Por eso me sigue maravillando despertar junto a Sonia cada día y que no huya a cualquier sitio lejos de mí. Es extraña la vida, yo nunca he entendido nada.
1 comentario:
Yo tampoco entiendo nada de esta vida, pero al menos tu historia acaba bien. Saludos.
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