Soñé la otra noche con mi padre, que en el sueño también estaba enfermo; quizá ya nunca podré evocarlo sano. Aunque aquí no estaba muriéndose de cáncer, al menos aparentemente, sino que estaba muy débil y medio senil. Sin embargo, quería salir a trabajar. Mi madre se oponía, pero él insistía en que era su deber, que hacía falta el dinero. Nuestra casa era una especie de yurta en medio de Siberia, por lo que no estaba exagerando con el tema monetario. Luego aparecía un amigo de mi padre: un anciano con el pelo teñido de negro y cierto parecido a Drácula (Bela Lugosi, se entiende). Mantenía una actitud positiva hasta la exageración. En un momento dado me estrechó la mano como si fuéramos a echar un pulso y exclamó: «¡Morirse de viejo! Con las cosas tan duras que hemos pasado. ¡Que coma garbanzos, que son buenos para el cerebro!» No le presté tanta atención a sus palabras absurdas como al hecho de que se dirigiera a mí y no a mi madre o a mi hermano mayor, pero comprendí que el tipo había notado que el que estaba soñando era yo.
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