martes, 19 de noviembre de 2019

Un análisis del Soneto IV de Garcilaso de la Vega

Un rato se levanta mi esperanza:
mas, cansada de haberse levantado,
torna a caer, que deja, mal mi grado,
libre el lugar a la desconfianza.

¿Quién sufrirá tan áspera mudanza
del bien al mal? ¡Oh corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado;
que tras fortuna suele haber bonanza.

Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos
romper un monte, que otro no rompiera,
de mil inconvenientes muy espeso.

Muerte, prisión no pueden, ni embarazos,
quitarme de ir a veros, como quiera,
desnudo espirtu o hombre en carne y hueso.

A modo de análisis personal (una reflexión siempre cotiza al alza en la mente de quien la emite, aunque su valor en el mercado de opiniones puede ser nimio), podríamos sumarnos al debate con una, digamos, interpretación etílica en la que entendemos el yo poético como un dipsómano que pasa por diferentes estados de embriaguez en un bar mientras piensa en la persona amada. Así vemos la leve euforia inicial de las primeras copas, cuando todo parece posible, pero esto no dura y pasamos a la inmediata depresión con su correspondiente momento autocompasivo a medida que aumenta la borrachera y, finalmente, el instante en que acaba poniéndose pendenciero y amenazando con el uso de la violencia a quien se interponga en su justo camino, ya sean montes, prisiones, obstáculos o hasta la misma muerte. Podemos imaginar una adenda al texto en la que lo expulsan del bar y quizá, por qué no, es víctima de una paliza por parte de los parroquianos. Por darle colorido, digamos incluso que recibe alguna pedrada profética de aquella que acabará años después con su vida (si interpretamos, como de costumbre, este yo poético como un yo confesional de Garcilaso). Giro de guion (o de guión, por usar la ortografía anterior) a la manera de Shyamalan.

1 comentario:

Ikana dijo...

O,o corcholías