miércoles, 15 de noviembre de 2017

Un cumpleaños singular

Como era su cumpleaños, Adela decidió estrenar unos preciosos calcetines verdes. Pensó en no ponerse nada más para que destacaran, pero recordó que los hombres eran muy prosaicos y se fijaban en otras cosas cuando una mujer salía desnuda a la calle. Probó con un vestido de flores muy bonito, pero al final optó por lo práctico y se puso uno de tejidos. Era un estupendo día de marzo y eso que estaban en septiembre (quizá el tiempo era disléxico y no había leído bien la palabra «martes»). Se topó en una esquina con su ex novio, que se decía escritor, pero más bien era excretor de pasajes que no interesaban a nadie.
—Qué haces ahí parado como si fueras un bolardo —le dijo ella con voz cantarina.
—Roberto Bolardo —contestó él.
—Aunque en realidad tienes más aspecto de árabe que de útil obstáculo antiterrorista.
—Es verdad, no soy óbice para la yihad —contestó él apesadumbrado.
—A pesar del alumbrado —rimó ella.
—¿Qué?
—No, nada. Ven conmigo a resolver crímenes.
Era la tercera oferta que recibía esa mañana, así que tenía que ser una señal del destino, que siempre llama tres o cuatro veces cuando se trata de algo que no te va a cambiar la vida.
—Acepto —dijo él con aires del Himalaya (es decir, de hombre de mundo).
—Normalmente trabajo con mi hijo, pero ahora mismo se encuentra en la escuela y yo siempre digo que la educación es muy importante, así que tendré que conformarme contigo.
—¿Resuelves crímenes con tu hijo? Me parece una labor demasiado peligrosa para un niño.
—Oye, Indiana Jones tenía un ayudante niño en El templo maldito. Tapón, se llamaba.
—Claro, pero eso era porque como buen occidental subcontrataba mano de obra infantil en Asia.
—¡Eres imposible!
—¡Y, sin embargo, existo!
—No perdamos el tiempo en discusiones, que no he desayunado. Una madre tiene el derecho constitucional de recabar la ayuda de su hijo en la lucha contra el crimen, ¿no has leído obras infantiles?
—Vale. Sólo una cosa.
—Dime.
—¿Qué crees que fue de Tapón? ¿Lo metió Indiana en un orfanato? ¿Lo adoptó la rubia? ¿Murió?
—Yo creo que volvió a Shanghái y años después luchó contra los japoneses. Historia que Hollywood debería utilizar algún día, sobre todo en esta época de remakes, secuelas y precuelas en la que vivimos.
—Eres una mujer sabia.
—A la par que atractiva.
Fueron al puerto con la esperanza de capturar algún cargamento de contrabando. Mobiliario, a ser posible, que ambos querían renovar sus respectivos hogares. Pero no. El crimen organizado buscaba ahora lugares menos evidentes para cometer sus fechorías, lo que dificultaba notablemente la labor investigadora de gente sin licencia.
—¿Y si requisáramos unas gambas de algún barco pesquero? —preguntó él.
—No me seas glotón; no hacemos esto por beneficio propio, sino por contribuir a la concordia social.
—Perdona, había olvidado la importancia de las gambas para el statu quo.
—¡Esto no puede ser! —se lamentó Adela—. ¿Qué es un cumpleaños sin algún crimen que resolver?
—Podría asesinar yo a alguien, si quieres.
—Eres muy amable, gracias por intentar ayudar. El problema de tu oferta es que entonces sabría que tú eres el asesino y ya estaría todo resuelto.
—No te falta razón. ¿Y si nos separamos y provoco que me asesine algún desconocido?
—Eso ya sería más útil, pero tengo por costumbre no mezclar trabajo y placer.
—No sé cómo tomarme eso.
—Era broma, tonto. Lo que quería decir es que prefiero que los asesinados sean desconocidos, por aquello de los recuerdos y la sentimentalidad. Y el papeleo. Cuanto menos sepa de la víctima, menos hay que redactar.
—Eres una mujer práctica.
—A la par que atractiva.
—Sí, lo has dicho antes.
—Nunca está de más recordarlo. ¡Corramos!
Corrieron despavoridos. Él no sabía de qué huían, pero pensó que era de mala educación preguntar. Varios kilómetros después se detuvieron bajo un abedul. Estaban empapados en sudor y en diversas salsas que les habían arrojado al pasar junto a un restaurante.
—¿Has visto? Nada mejor para la salud que correr por tu vida sin motivo aparente.
—¿Entonces no nos perseguía nadie?
—¿Quién puede afirmar eso? Hay otros mundos, otras dimensiones. Es posible que en todo momento nos sigan fuerzas hostiles que quieren acabar con nosotros, pero no nos damos cuenta porque son invisibles. Correr de pronto es buena manera de despistarlas.
—No se me había ocurrido nunca.
—Ahora no dejarás de pensar en ello. Sobre todo por las noches. Espera, ¿qué es eso?
Esperaron en silencio durante cuarenta y cinco minutos. Él miraba a Adela, ella tenía los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Por fin, los abrió de nuevo y, con una gran sonrisa, declaró:
—De aquella tienda viene una música inaudible. Eso es sospechoso.
—¿Cómo puedes oír algo inaudible?
—Prestando atención, claro. Vamos, tenemos que investigarlo.
Entraron en la tienda, que ofrecía bienes materiales de toda índole. La regentaba un oriental que con gesto hosco mordisqueaba una cebolla.
—Días buenos —anunció.
—Buenos días —contestó Adela—. Dígame, simpático vendedor, ¿qué música es esa tan bonita?
—Aquí no haber música, cliente ser loca peligrosa que avergonzar humanidad entera.
—¿Qué manera es esta de tratar a los clientes? ¡Usted no es un auténtico vendedor, pues ninguno estropearía una posible venta por una discusión musical!
—Ser verdaderas las palabras de la atenta cliente —sollozó el asiático, aunque quizá la cebolla influyera—. Música ser de Leonard Dylan, de la dimensión añil.
—Sabía que el oído interno no me engañaba. Entonces estos caramelos del mostrador son holísticos, ¿verdad? Con sabor a totalidad.
El oriental asintió con rostro compungido.
—Imagínate que los niños los comieran y lo supieran todo —dijo Adela mirando a su ex novio—: ¡miles de maestros irían al paro! ¡Y contestarían a sus padres en casa! Los niños, no los maestros.
—Sería terrible, sí.
—Los confiscamos —dijo dirigiéndose de nuevo al dependiente—. Y agradezca que no le cerremos la tienda.
—Desconocida entrometida ser justa y compasiva —contestó mientras entregaba los caramelos.
Con la satisfacción del deber cumplido (un calorcito muy agradable en pecho, orejas y entrepierna), abandonaron el pequeño comercio y se sentaron a la sombra del abedul.
—Esto ya parece un cumpleaños como es debido —dijo ella llevándose un caramelo a la boca—. ¿Quieres ver ovnis un rato?
—Eres una mujer extraña.
—A la par que atractiva.
—También, sí.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Y menos mal que es una ex. Aunque no me extraña. Entretenida pero agotadora.