jueves, 22 de enero de 2015

Las citas rápidas

Para conocer a la mujer de sus sueños sin descuidar sus obligaciones, el señor Belvedere se apunta a un servicio de citas rápidas a domicilio. Los tiempos avanzan una barbaridad, piensa, pues ha encargado una cita como el que pide una pizza. A los diez minutos, llama a la puerta una guapa chica.
—Buenos días, soy tu cita —anuncia.
—Encantado —dice él, admirando el físico sin parangón de la muchacha.
—Me llamo Leticia.
—Belvedere —dice Belvedere.
—Es un nombre muy elegante, ya no los hay así.
—Mérito de mis padres, no tuve nada que ver.
—Y además eres sincero, eso tampoco se ve mucho. ¿Me pones una copa?
—Claro. ¿A qué te dedicas?
—Trabajo en una tienda de ambigüedades.
—Qué casualidad, yo soy anticuario.
—No, no, me has entendido mal. Tienda de ambigüedades, no antigüedades.
—¿Y qué vendéis allí?
—No está claro.
—¿Cómo que no?
—Es difícil de explicar.
—Vaya. Por algún motivo que no alcanzo a entender, te encuentro muy interesante.
—Me lo dicen mucho, sí. Es una de las ventajas de trabajar con ambigüedades. A mí también me resultas interesante, pero nuestro tiempo ha acabado.
—¿Tan rápido?
—Es la parte mala de las citas rápidas, que terminan muy deprisa.
—¿Te volveré a ver?
—Podría ser, quién sabe.

1 comentario:

Microalgo dijo...

"Pues te has quedado sin copa, zorrón", a) pensó el señor Belvedere en una comedia inglesa; b) dijo el señor Belvedere en una comedia italiana; c) gritó el señor Belvedere en una comedia española o d) sinitó como su otro yo decía desde el fondo del pasillo el señor Belvedere en un drama existencial sueco.