lunes, 1 de diciembre de 2014

Heterónimos

—Fernando, ayer te vi con otra.
—Imposible, estuve todo el día en casa escribiendo.
—No me mientas, eras tú, aunque vestías de forma distinta, como más mundano. Supongo que ibas disfrazado para que no te descubriera ninguna amiga mía.
—Que no era yo. No salí de casa, estuve finiquitando la novela.
—Eras tú, deja de mentir. Mira, te saqué una foto con el móvil. Dime que este hombre no eres tú en el Café Central, junto a una rubia.
—Ah, vale, esto lo explica todo. No soy yo, sino uno de mis heterónimos.
—¿Qué?
—Es Alfredo de la Bahía, un vividor. No tiene trabajo conocido, se dedica a sablear a los amigos y a ser invitado por hermosas mujeres.
—No entiendo nada, ¿es un gemelo tuyo? Tenéis apellidos distintos.
—No es un gemelo mío, es un heterónimo, ya te lo he dicho.
—¿Y eso qué es?
—Otra identidad. Una identidad literaria distinta.
—Nunca me habías dicho que tenías doble personalidad, Fernando.
—No es doble personalidad, es tener un heterónimo. Y no tengo sólo uno, sino trescientos treinta y tres.
—¿Trescientos?
—Trescientos treinta y tres. Todos con características definidas y vidas complejas.
—Pero yo no quiero salir con tanta gente.
—¡Cariño, qué cosas tienes! En nuestra relación sólo estamos tú y yo.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Pessoa no tenía tanto swing en su conversación con las mujeres. Seguro.