martes, 18 de junio de 2013
Los años que perdí jugando a ser escritor
Una vez, quise ser escritor. Por una mujer, que es por lo que siempre se mete la pata (o quizá fueron varias mujeres, ya no me acuerdo). Pero creí que había una silla para mí en el Parnaso y me puse a la cola. Nunca me llamaron, aunque nunca dejé de creer. Los últimos serán los primeros, como decía el personaje de ficción más exitoso de la historia. Al fin y al cabo, algunas chicas decían que escribía bien. Que escribía bonito. Y algún profesor despistado del instituto me veía potencial. Tú harás grandes cosas, Noguera: o escritor o dictador, pero con ese ego tienes que hacer algo. Sólo que no hice nada. Me dejé llevar por la indolencia, que se me daba mejor. Además, me faltaban seguidores para dedicarme a la autocracia, pero por suerte la literatura era una actividad solitaria. Yo no necesito a nadie, solía decirme. Pero esto tampoco era verdad. Más bien nadie me necesitaba a mí y esto lo aprendí tarde, como todo lo demás. Las editoriales tampoco me necesitaban. Agradecemos su interés, señor Noguera, pero no. Vaya, escribir es como amar, pensé. Y lo seguí intentando, claro, por pura testarudez. El mundo está equivocado, cambiemos el mundo para que se adapte a mis deseos. Pero el mundo no se dejó y me derrotó una vez, dos veces, mil veces. Y yo me levantaba de nuevo, simulando una dignidad que ni tenía ni sentía. No importa, la próxima vez será todo distinto, será mejor, intentaba convencerme. La próxima vez será a mi manera. Y si no, quizá la siguiente. Pero la vida se marchó en todo esto y por fin un día comprendí que ya era suficiente. Muy tarde, claro, como todo lo demás.
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2 comentarios:
Escribir es como el amor, tú lo has dicho.
Te regalo esta cita:
Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia. Nunca olvida la primera vez que siente el dulce veneno de la vanidad en la sangre y cree que, si consigue que nadie descubra su falta de talento, el sueño de la literatura será capaz de poner un techo sobre su cabeza, un plato caliente al final del día y lo que más anhela: su nombre impreso en un miserable pedazo de papel que seguramente vivirá más que él. Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene precio.
Pero adjudique la cita, Señorita. ¿De quién es?
¿Y ahora se va a poner melindroso, Maese Noguera? ¿Ahora que está empezando a trincar premios?
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