El atardecer inundaba el local con su luz de herrumbre mientras el señor Matías, al fondo, entre el sombrero y los zapatos, tomaba café. Pensaba en las oportunidades perdidas, pero le costaba recapitular. Han sido tantas, suspiraba; pero al suspirar derramaba el café, así que depositó la taza en la mesa. De pronto entró una bella señorita por la puerta de la cafetería (pues por la ventana habría sido «alunizaje») y todos los atrofiados sentidos de Matías se despertaron, incluso su sexto sentido: la premonición. Me hará feliz, pensó con una sonrisa. Aunque esto se lo decía el séptimo sentido: el autoengaño.
1 comentario:
Autoengaño, sí, también llamado optimismo; imposible vivir sin él :-)
Un beso!
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