A principios de los años noventa, teníamos a Kurt Cobain, a Michael Jordan, a Miguel Indurain. Después sólo nos quedó Jordan, que se retiró en 1998 con su sexto anillo de campeón de la NBA y, de alguna manera, terminaron los noventa. Ese año conocí a Alba, lo que supuso un momento fundacional de mi vida. Fue por ella por la que empecé a escribir «en serio» (y a fracasar en serio también). Fue por las ganas de ella, por acceder a ella, que me abrí al mundo, aunque el mundo me cerró sus puertas. La perseguí como un loco hasta finales del año dos mil y, un buen día, me dijo que también me quería. Así, sin más. Luego me acostumbré a estar con ella y no me parecía posible otra cosa. Recuerdo que, como un demente, iba de la más absoluta confianza a pensar cosas como: un día se dará cuenta de que es mucho mejor que yo y la perderé. En realidad, lo que me preocupaba era no moverme lo suficientemente deprisa en la vida, quedarme atrás mientras ella tomaba el mundo que por derecho le pertenecía. Qué de noches sin dormir por la idea de no estar haciendo las cosas lo bastante bien (podemos comprobar ahora, diez años después, que no era una idea descabellada, no). El 29 de marzo de 2003 me dijo que ya no estaba enamorada de mí y se acabó lo nuestro. De pronto, sin previo aviso. Es fácil hablar del dolor diez años después, pero entonces me era insoportable el peso de los días. Lloré, me quedé en los huesos, envejecí prematuramente. Tenía entonces veinticuatro años y la sensación de que la vida, sin duda, había terminado (jocosamente decía que todo lo que escribiera a partir de ese momento sería mi obra póstuma). Mantuvimos una sombra de amistad después, una amistad coja y contrahecha en la que ella actuaba como si nunca hubiera existido nada más y yo me dedicaba a reprocharle esta amnesia. Sin embargo, después hubo escarceos, conatos, tonteos. Yo sospechaba, me parecía que jugaba conmigo cuando se aburría o cuando pensaba que la sustituía por otra en mi panteón particular. Y debajo de todo esto estaba siempre presente la herida infligida. Sin darme cuenta, me había convertido en un cartesiano: dudaba metódicamente siempre que estaba con una chica. He estado con mujeres preciosas y fascinantes y nunca me lo creía: siempre pensaba que algo iba mal, que estaban fingiendo o algo así, como si recibieran dinero por estar conmigo o hubiera algún plan secreto para hacerme daño. O bien estaban equivocadas, no se habían dado cuenta de que yo era yo, indigno de ser amado. No sé, una locura total siempre oculta en el inconsciente y jodiendo a la confianza. El autosabotaje sempiterno. Las secuelas por las que culpar a Alba, pero esto en realidad era una tontería: Alba tenía veintiún años cuando me dejó, ¿qué sabía ella de nada? Aunque esto no lo vi hasta pasados bastantes años, cuando ya me había obsesionado con otras. Con Babeth, con María, con Susana, con Sonia (que en unos pocos meses se convertirá en mi relación más larga, quizá sí haya un orden cósmico después de todo). Pero ya sólo queda el vértigo de los años pasados. Eh, diez años ya, parece mentira, éramos tan jóvenes, éramos completamente otros y, sin embargo, creo que sigo siendo el mismo; al fin y al cabo, apenas he aprendido nada de la vida.
Michael Jordan, curiosamente, se retiró de forma definitiva en abril de 2003.
3 comentarios:
Me ha encantado. Tanto el tono, como los ritmos y desde el principio,que engancha. Todos tenemos una Alba que vuelve y si no nos mata,quiere rematarnos. Es difícil conformarnos con menos una vez que hemos sentido la pasión loca,aunque esta nos destruya.
Gran texto.
Me gusta mucho esto que has escrito. Quizás sea en parte porque proviene de una experiencia personal, en parte por el insight psicológico sobre cómo lo vivido afecta tu manera de ver las cosas.
Muchos de los escritores que más me gustan han tenido vidas interesantes. Dashiell Hammett con su experiencia en la agencia de detectives y la brutalidad de romper huelgas, Camus que vivió en Argelia, Rimbaud con su vida caótica y el tráfico de armas y esclavos.
Saludos
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