Entendiendo que la falta de lluvia que resecaba los campos del país era un elemento desestabilizador, el gobierno decidió prohibir la sequía. Esto, claro está, no hizo que lloviera, pero sí metió en un brete a los meteorólogos, que eran fusilados tanto si continuaban anunciando sequía (por derrotistas y traidores) como si pronosticaban lluvia (por conspirar contra el estado). Por si esto fuera poco, los labriegos que se negaban a recoger las cosechas que no tenían eran tratados como terroristas.
1 comentario:
Terroristas y sinvergüenzas.
Por cierto, hace poco hacía yo una disquisición curiosa, hablando con la parienta. ¿Se imagina Usted esta crisis con una sequía encima?
Está claro que Dios ni aprieta ni ahoga ni existe.
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