miércoles, 23 de marzo de 2011

Las tres de la mañana

—Y no hay manera de volver a casa.
—¿Te has perdido?
—Es una forma de hablar, una metáfora: no hay manera de volver a casa. No hay manera de volver a ti.
—Ah.
—Lo pienso en este bar en el que apuro la vida mientras oigo el canto de las sirenas en la noche. Pero no las de Ulises, sino las policiales.
—Qué exagerado eres.
—Lo digo en serio: es un barrio peligroso.
—Me refería a lo de apurar la vida.
—Pero es que es verdad. Y oigo también al pasado que llama. Gritando el nombre de otro.
—Tanto malditismo no puede ser bueno para la salud. La verdad es que se te ve bastante desmejorado.
—Y me digo que he perdido el rumbo de nuevo, que doy tumbos en esta ciudad que sin ti no me pertenece. Siempre buscando la forma de dar contigo fuera de este largo monólogo interior que es el desamor.
—Pero si estoy aquí.
—Sí, durante un rato. Pero luego te marchas y yo desconozco el camino a ti. Me perdí, dejé mi voz olvidada.
—¿Dónde? ¿En algún contestador?
—Es posible.
—Pues hablas mucho. ¿Seguro que has olvidado la voz en alguna parte?
—Hablo y bebo. Bebo para olvidar que no te tengo. Bebo para ahogar a los perros que ladran en mi corazón. Bebo para revocar el pasado, el presente, el futuro. Bebo para olvidar ser historiador de mi soledad.
—¿No tendrías que olvidar los motivos por los que bebes?
—Sí, pero no funciona. Porque es tan triste, querida, enmendar la vida en un bar y no en tu cama.
—Ah, vale. Haber empezado por ahí.

2 comentarios:

Microalgo dijo...

Y cuando se levante de esa cama estará aún peor. Lo de Usted no tiene remedio, créame.

Tal vez una buena ración de tortilla de patatas ayudara. Lo sé, soy un prosaico. Pero pruebe: no tiene nada que perder.

Kare dijo...

muy buena!