domingo, 6 de febrero de 2011

Sonia

Mario conoció a Sonia en una panadería. Ella había pedido una hogaza de pan moreno y llevaba una falda roja. Enseguida, Mario supo que estaba en un momento fundacional de su existencia. Aquello era el amor, se dijo. Henchido de este nuevo sentimiento, se acercó a ella y le preguntó su nombre. Ella, muy educada, se lo dijo. Acto seguido, Mario le declaró el amor sincero que es propio de los locos. Ella, no obstante, mantuvo la educación y le indicó que su historia era imposible, pues no se conocían de nada; luego abandonó la panadería, llevándose con ella la hogaza de pan moreno, la falda roja y el corazón de Mario, que, desolado, la vio marchar, quizá para siempre.
Mario se encerró en la soledad de su casa y en unos recuerdos que fue inventando del amor que pudo haber sido. Como terapia, decidió poner por escrito sus sentimientos. Así nació Una vida sin Sonia, libro que pronto se convirtió en fenómeno literario y social. Quién era Sonia, se preguntaban los críticos. ¿Era real o era una metáfora de la ilusión por vivir? Dónde estaba ella, debatían los tertulianos en programas de televisión. Falsas Sonias aparecían de tanto en tanto en portadas de revistas, pero nunca lograban convencer al público. «Todas somos Sonia», estuvo a punto de ser el lema de una campaña publicitaria de compresas, pero Mario lo evitó con una demanda.
Finalmente, un periodista dio con Sonia. Llevaba la falda roja, aunque esta vez iba sin hogaza de pan bajo el brazo. «Sonia, ¿por qué no quieres a Mario?», fue la pregunta que el periodista le hizo a la atónita muchacha. Pronto, su casa estuvo asediada por decenas de periodistas que la abordaban cada vez que intentaba salir. También se reunieron cientos de manifestantes frente a su hogar para pedir que le diera una oportunidad a Mario. «Sonia, ¿cómo puedes permanecer impasible frente a un amor así», decía una pancarta. «¿No has leído el libro, Sonia?», decía otra. «Sonia y Mario forever and ever», decía otra más.
No fue la presión popular la que directamente hizo que Sonia le diera una oportunidad a Mario, sino la familiar. Su padre sufría del corazón y todo aquel revuelo le venía fatal, así que Sonia anunció ante los medios que quería verse con Mario en un restaurante romántico, para cenar. La noticia abrió todos los telediarios de aquel día y la Bolsa registró una importante subida. Aquella noche, cuando Sonia y Mario entraron en el restaurante, los presentes se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. Como en las películas, pensó Sonia. Durante la cena, todas las miradas estaban clavadas en ellos, que se derramaban la sopa constantemente, nerviosos ante tal escrutinio. La experiencia fue un desastre para Sonia, pero no sólo por esto: resultó que no tenían nada en común. A él le gustaban los perros, ella era de gatos; él era dualista, mientras que ella creía que el hombre está compuesto de una única sustancia; a Mario le gustaba veranear en la playa, Sonia prefería pasar el verano en el campo, en el pueblo de sus abuelos. Cuando salieron del restaurante, Sonia tenía planeado decirle a Mario que era mejor que fueran sólo amigos, pero en ese momento se acercaron unas chicas que, con lágrimas de emoción, les dijeron: «gracias a los dos por este amor». Sonia decidió que la ruptura tendría que esperar.
Pero nunca pudo romper con Mario. Había tanta fe puesta en ellos, en ella. Su amor era un ejemplo para todos los demás, una prueba de que el cinismo no se había apoderado de todo. Hay esperanza para todos nosotros, decía la gente. Sonia se guardó su infelicidad, su absoluta incompatibilidad con Mario. Se dijo que tenía que intentarlo. Por la presión de la sociedad. Tenía que honrar ese amor por todo el romanticismo del mundo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Y comieron perdices y vivieron infelices forever and ever...

Floro Tomás dijo...

muy bueno

Rorschach Kovacs dijo...

Vaya, muy bueno.
Un saludo.

Ro dijo...

Siempre leo el blog y nunca dejo de sorprenderme. ¡Felicitaciones por esta obra hermosa!

Microalgo dijo...

¿Y Mario? ¿Se percató también de las incompatibilidades? (Supongo que no si, como suponemos, Sonia está un montón de güena, cosa que el autor no explica, pero todos sabemos que para llevar una minifalda roja a la panadería y que, acto seguido se te declare un escritor maldito, una no debe tener la presencia física de, digamos, Lola Gaos).

Mario debería liberarla, y luego, claro está, sufrir por ello. Si no, ¿de qué?

Julia Velayorga dijo...

Leyéndote me siento como en casa. Me quedo si hay sitio para una más.
saludos

Golfo dijo...

Y lo peor es que sucede, de menor manera, pero hay miles de amores sujetos solo por el orgullo ajeno.


No puedo evitar preguntarme...
¿les gustaba salir al mismo sitio?
¿les gustaba ir al Village?...
pero sobre todo la más simple
....¿y en la cama que tal?