martes, 31 de agosto de 2010

Mercadeo de almas

—Buenos días, ¿le interesa Dios? Ahora con un quince por ciento más de perdón.
—No sé, me han dicho que es un tanto cruel y vengativo.
—Eso era antes, ahora tenemos una fórmula nueva y mejorada.
—¿Y qué ofrecen? Un imam me ha dicho que tiene setenta y dos vírgenes para mí.
—¿Para qué quiere usted vírgenes pudiendo tener mujeres experimentadas?
—¿Entonces tendré mujeres experimentadas en el paraíso cristiano?
—Depende. ¿Experimentadas en la oración? Sí. ¿Experimentadas en el sexo? No muchas, la verdad.
—Pues no sé si me compensa.
—Piense que el Cielo es un lugar maravilloso. Y con unas vistas fabulosas a la Eternidad.
—¿Puedo probarlo?
—¿Cómo dice?
—Que si puede probarlo para ver si me convence. Ya sabe, dar una vuelta en él o algo así.
—No se puede.
—¿Por qué no?
—Hay que esperar a estar muerto.
—Pero yo quiero algo más inmediato. ¿De verdad tengo que esperar tanto para la salvación y el paraíso?
—Sí, tiene que ser después de muerto. Considérelo como un seguro de vida.
—¿Entonces muero yo y mi familia va al Cielo?
—No, no: usted muere y va también usted al Cielo.
—¿Pero cómo? Si estoy muerto, no puedo cobrar ese seguro de vida religioso. Es evidente. Es más, seguro que es ilegal.
—No se preocupe. Usted firma con nosotros un seguro de vida del que resulta beneficiaria su alma, que es inmortal. Es ella quien va al Cielo.
—¿Y yo me quedo aquí? ¡Pues vaya trato!
—No, no. Su alma es también usted.
—¿Qué? ¿Me está diciendo que tengo doble personalidad?
—No exactamente. El alma es la parte inmortal de la persona. Sobrevive al cuerpo, que es lo que dejamos atrás. Así, en realidad, es usted el beneficiario. Es usted quien va al Cielo, pero liberado del cuerpo.
—Es todo un poco confuso.
—Un poco, lo admito.
—Dice usted que el alma es inmortal. Bien, entonces no hay necesidad de ir al Cielo. Tengo una casa bastante acogedora, con jardín y piscina. Perfectamente puedo quedarme en ella. Y aparecerme a los vecinos, que siempre me han caído mal.
—No, necesita usted una residencia espiritual.
—¿Y no puedo firmar con ustedes después de muerto?
—No, hay que pagar unas cuotas.
—¿Cuánto es?
—Una vida entera de servidumbre al Señor. Cumplir con los diez mandamientos. No pecar. Obedecer a la Santa Madre Iglesia, en general.
—No entiendo que no hayan quebrado ya ustedes, sinceramente.

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