sábado, 31 de julio de 2010

Guerras interminables

Sale de la ducha, tapada con una toalla. Me grita. Me dice que por qué he hecho eso. Me explico. No sirve de nada. Se abalanza sobre mí y mete la mano en uno de mis bolsillos, pero se encuentra con la cartera. Lo que busca es el teléfono móvil. Intenta ahora alcanzar el otro bolsillo, pero ya estoy preparado. Me muerde en la mano. Con todo el ajetreo, se le sale una teta de la toalla, pero no estoy para prestar atención. Me levanto y le digo que no tengo tiempo para sus locuras. Me marcho. Me pierdo en el edificio (sospecho que fue diseñado por un esquizofrénico). Opto por meterme en el ascensor. Me llega entonces un mensaje suyo al móvil, pidiéndome que vuelva. Hoy necesito un sitio donde esconderme de un mal mayor. Vuelvo a su puerta y llamo.

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