sábado, 7 de marzo de 2009

El bibliotecario

El bibliotecario se despierta cada mañana en una habitación de paredes blancas que bien podrían ser las páginas de alguna novela aún no escrita, pero que no lo son. Son argamasa, yeso, ladrillos, poco más. Tras asearse en el cuarto de baño, desayuna tranquilamente en la cocina, donde toma un café negro como la tinta de la pluma de algún escritor apegado a las viejas costumbres.
Sale de casa hecho un pincel, que no tiene nada que ver con la literatura a no ser que hablemos de algún autor oriental.
Pasa todo el día rodeado de libros escritos por otros. Tanta literatura en mi vida, piensa él. Un chico se le acerca y le pregunta si tiene el Necronomicón, de Adbul Alhazred. El bibliotecario le responde que ese libro no existe, que es una invención de Lovecraft, al igual que Cthulhu. ¿Cómo que Cthulhu no existe?, dice el joven con indignación.
Luego una chica le pide Los cantos de Maldoror, de Lautréamont. En la sección de poesía francesa, dice el bibliotecario. No está, responde ella, ya he mirado. Entonces lo habremos puesto en la latinoamericana, por nacer en Montevideo, contesta el bibliotecario. ¿Y de Hugo Dannenberg no tenéis nada?, pregunta la chica. Poesía francesa y ciencia ficción, piensa el bibliotecario, curiosa muchacha. Sí, responde, tenemos Vientos de Saturno y Dios habla en estéreo. Ella le da las gracias y se marcha a buscar los libros, él piensa que sería bonito estar con una chica así, aunque sabe que no puede ser. Tal vez en las páginas de alguna novela, pero no en la vida real.

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