sábado, 6 de septiembre de 2008

La sueca

Una vez me lo hice con un tuerto. Un tuerto español. Yo estaba tomando el sol en la playa, en Torremolinos, y lo vi de pie sobre la arena, oteando el horizonte con su único ojo, como si fuera un faro y tuviera que guiar a los barcos a buen puerto, como una historia de búlgaros tuertos que guiaban a búlgaros ciegos que me contaría más tarde. El caso es que me acerqué a él y le pregunté si era un pirata que buscaba en el horizonte su barco. No soy muy imaginativa, pero sí rubia y guapa, lo que suele funcionar casi siempre, las suecas tenemos mucho éxito en España. Temí que me contestara alguna gilipollez como «no soy pirata, pero tengo una pata de palo» mientras se tocaba la entrepierna, pero era un temor injustificado, pues me contestó muy educadamente que no, que sólo estaba pensando mientras miraba el mar, que le relajaba mucho. Eso sí, su buena educación no le supuso ningún obstáculo para darme un buen repaso visual a las tetas. Yo me pregunté por qué no llevaría un ojo de cristal en vez de ese antiestético parche. O bien una perla, por seguir con las historias de piratas. Pero no le dije nada, claro, todavía no teníamos tanta confianza, aunque mi intención ya era follármelo para poder contar luego que me lo había hecho con un tuerto. No era muy guapo que digamos, pero su exotismo era innegable.

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