lunes, 19 de noviembre de 2007

Introducción a la cirugía cardiovascular

Supongo que siempre me he enamorado de la mujer equivocada. O quizás es que no existe la mujer adecuada para mí y soy yo el equivocado para todas ellas. En cualquier caso, Laura se marchó aquella mañana y se llevó mi vida entera. La culpa era mía, pensé, pues tengo tendencia a entregarme demasiado y enseguida. Pasen y vean: el último de los románticos. Vean cómo se estrella una y otra vez sin que aprenda nunca la lección. Un espectáculo lleno de patetismo. Para todos los públicos.

Así que de nuevo me veía obligado a vivir en soledad y de recuerdos, como si todas mis relaciones sólo fueran una excusa para ese momento, ese dolor. Fabuloso. Me lo habían dicho siempre todos: “eres un buenazo y así no se va a ninguna parte”. Pero uno no puede dejar de ser quien es, por más que lo intente. Ya me habría gustado a mí ser frío y calculador, ya, pero no me salía. Ojalá en la universidad existiera alguna asignatura que enseñara eso, sin duda me habría sido mucho más útil que mi licenciatura en Historia. En lo que respecta a las relaciones humanas, es mucho más útil ser un desalmado que saber cuándo fue la batalla de Zama. Pocas ventajas se pueden sacar de esto último, y ni siquiera es un tema interesante para ligar en los bares.

En los días que siguieron, me dediqué a sumergirme en negros pensamientos de autocompasión y a llamar a Laura a todas horas, lo que sin duda contribuyó a hundir aún más ante ella mi ya de por sí subterránea imagen. Percatado por fin de lo poco provechosa que era mi actitud, decidí ponerme en manos de profesionales, pero el Prozac nunca ha gozado de mis simpatías; prefería que mi vida dependiera de mis debilidades antes que de las pastillas, así que abandoné sistemáticamente todas las terapias.

Pasados unos meses, decidí acudir a una clínica privada para que me operaran del corazón. Al principio se negaron a hacerme caso, pues afirmaban que mi corazón estaba perfectamente sano y que lo último que necesitaba era cirugía. Pero yo sabía que no era verdad, sabía que tenía algún tipo de malformación congénita y era necesario arreglarme por dentro para poder llevar una vida satisfactoria, ya que las otras alternativas eran ser desgraciado por siempre o el suicidio. Por fortuna, no hay nada que el dinero no pueda conseguir y en ese momento no me faltaba, pues había heredado recientemente una cantidad importante. Así que logré que me operaran.

Cuando abandoné el hospital, me sentía un hombre nuevo. Había un perrito en la acera, meneando alegremente la cola. Me acerqué y le di una patada. No sentí el menor remordimiento.

Hecho un desalmado, empecé a triunfar en todas las facetas de la vida y, finalmente, conseguí recuperar a Laura, el amor de mi vida, mi puerta a la felicidad. Una semana más tarde, la dejé por otra.

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