sábado, 25 de noviembre de 2006

Fragmento

Alguna vez he dicho que siempre he sido muy lento para todo y que si estoy vivo es porque la sociedad evita que la selección natural haga su trabajo, pero no es cierto, no siempre he sido así. No sé en qué momento se truncó mi vida, pero tengo la sensación de que iba por el camino correcto hasta que un día me perdí, quizás para siempre. Recuerdo que mi infancia en Fuengirola no era excesivamente desgraciada, aunque por alguna razón que desconozco los chicos del barrio se empeñaban en hacerme la vida imposible, pero me lo pasaba bien en el colegio y en casa (y en el barrio cuando no me veían los otros niños). Era un niño razonablemente normal: recuerdo que jugaba con un amigo al pequeño Cid en unos campos cercanos al colegio que se embarraban enormemente cada vez que llovía, por lo que muchas tardes regresaba a casa como si volviera de los campos de batalla franceses de 1914, lo que enfadaba mucho a mi madre. También se enfadaba cuando me metía en charcos, que era algo que me encantaba y cercano a la obsesión: charco que veía, charco en el que metía los pies. Con los años he abandonado esa afición y ya no tomo los charcos por piscinas en las que nadar vestido.

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