domingo, 15 de enero de 2006

Altavoz

Altavoz, protagonista de muchos cuentos y varias canciones (francesas), salió aquella mañana de su piso con paso disoluto mientras iba meditando en las diversas cuestiones que asaltan al resto de ciudadanos cuando degustan con gratitud infinita distintas viandas perecederas recién salidas del frigorífico. Llegados a este punto, el narrador tuvo que tomar aliento.

"¿Cuántas sillas habrá en el mundo?", se preguntaba Altavoz. "¿Las habrá contado alguien?". Decidió que a partir de ese momento dedicaría su vida a la noble empresa de contabilizar las sillas que viera, sin discriminar a ninguna de ellas. "¿Tenía erecciones Jesús?", se preguntó acto seguido.

Andando, andando, Altavoz había llegado al Ministerio de la Humanidad, que celebraba en aquellos momentos una de sus fiestas. Decidió que, puesto que había andado hasta llegar allí, no podía traicionar a sus propios pasos y elegir un destino diferente, así que se unió a la conga de cantautores existencialistas que entraba en ese momento en el edificio.

Una vez dentro, se apeó de la conga frente a la Oficina de Grandes Ideas. La puerta estaba cerrada, así que su ingenio le llevó a golpear con los nudillos en ella con la sana intención de que una voz le llegara desde el otro lado indicándole que podía pasar, acción que llevaría a cabo girando el pomo de la puerta con la mano (aunque no era obligatorio que fuera con la mano, pero sí más sencillo) e introduciendo acto seguido su cuerpo en la habitación. Efectivamente, así sucedió. Al entrar se percató de la inmensa belleza de la musasecretaria que con aire diligente redactaba intensas alusiones en su máquina de escribir reglamentaria. Altavoz se aproximó a ella un tanto inseguro, puesto que la musasecretaria, ajena a todo lo que no fuera la máquina de escribir, había redoblado la velocidad con la que sus ágiles dedos atacaban las teclas, teclas que ocasionalmente emitían algún leve gemido de protesta.

- Buenas días -dijo inteligentemente Altavoz.
- Buenosdías -contestó ella, sin dejar de escribir.
- Quisiera un formulario de poesía, por favor.
- Ahoranotengotiempo. Estasalusionesnosevanaescribirsolas.
- Perdone, pero no le entiendo si habla tan deprisa.
- Digo que estas alusiones no se van a escribir solas -repitió la musasecretaria, que detuvo de repente su actividad y le miró fijamente con grandes ojos eternos.
- Ah. ¿Qué tipo de alusiones son? A mí se me daban muy bien en el colegio.
- Pues son muy diversas: alusiones a la cultura, alusiones a la economía, etcétera.
- Etcétera, mi tema favorito.
- Bueno, ¿qué es lo que quería?
- Ya se lo he dicho: un formulario de poesía.
- No sé si me queda alguno -dijo ella mientras buscaba entre los papeles de su escritorio-. Ah, sí, aquí tiene.

Altavoz aceptó el papel que le tendía aquella mano y se marchó sin despedirse, puesto que la chica volvía a mecanografiar con renovadas fuerzas.

Al salir del Ministerio, sonrió satisfecho. Había contado 27 sillas.

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