Mi primera cita con Alba fue hace casi 8 años. Ha pasado ya mucho tiempo; a veces le digo que es mi plaga favorita y la enfermedad más bella del mundo. Fue en marzo, lo cual es curioso, puesto que, años después, en una de esas coincidencias solipsistas, me dejaría en marzo también. Dados mis antecedentes con citas falsas, estaba convencido de que no acudiría (además, a esa edad -16 años- las chicas pueden ser muy hijas de puta), pero vino. Llevaba puesta una gorra, pero no recuerdo si era azul o gris, mi memoria se está volviendo daltónica, como mis hermanos. Creo que era azul. Tenía las uñas pintadas de naranja, eso no lo he olvidado. Me dio la mano, nada de dos besos, como si se tratara de una entrevista de trabajo: "¿Busca musa? Pues creo que estoy capacitada para el puesto." Recuerdo que hablamos de lesbianismo, comunismo y nuestros cumpleaños. Quedó tan gratamente impresionada que, tres años después, empezó a salir conmigo.
Un amigo mío suele decir que una relación nunca funcionará si a la otra persona no le has gustado desde el principio. Puede que sea cierto. Creo que a Alba la seduje finalmente con el síndrome de Estocolmo, que siempre ha funcionado. Si una supermodelo de lencería naufragara conmigo en una isla desierta, sería mía sin apenas dificultades. Secuestren a sus amadas... perdón, me estoy saliendo del tema. El caso es que fue muy bonito. Algo tan poco extraordinario en primera instancia como hacer manitas en unas jornadas sobre Buñuel se convertía en un acto de lo más íntimo. Me curó muchas heridas. Es algo que sólo sé yo.
Me encantaba besarla. Tanto, que a veces se enfadaba porque no le dejaba hablar. Me encantaba que me arañase la espalda y que me mordiese cuando hacíamos el amor. Me gustaba verla peinarse frente al espejo. Me gustaba calentarle las manos cuando las tenía heladas. O las rodillas. Podía ser la persona más dulce y adorable del mundo. Como cuando me estuvo tomando disimuladamente las medidas para un anillo y yo, como era tonto, no me daba cuenta. Me estuvo tomando el pelo un tiempo por eso.
Muchas noches me quedaba un buen rato viéndola dormir mientras pensaba: "no puede existir nada mejor que esto." Fue la primera chica que consideró buena idea besarme. La primera que me dijo "te quiero". La primera que decidió que acostarse conmigo no era un crimen contra la humanidad y que, ya puestos, se podía repetir...
Ayer fue el quinto aniversario de nuestro primer beso y lloré como hacía tiempo que no lloraba. Podría no contarlo, pero me parece más honesto hacerlo. Fue como si se rompiera de pronto una presa. Pero mañana estaré bien. Cuando los recuerdos vuelvan bajo tierra, estaré bien. Además, es fácil racionalizar todo esto: siempre se vuelve al primer amor, que cantaba Gardel. Y el paso de los años demuestra sin misericordia que el sueño terminó hace mucho, lo cual es de lo más deprimente. Pero posiblemente lo que más me duele es pensar que si estuviéramos hechos el uno para el otro, seguiríamos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario