Mi muerte no tuvo nada de extraordinaria, sucedió poco a poco. No es que un día me levantara de la cama y descubriera que estaba muerto, no. Un día un amigo me decía que tenía mal aspecto, otro día era yo quien me notaba una palidez mortecina al mirarme en el espejo, en otra ocasión me decían que tenía la piel muy fría, otro día me parecía que mi corazón apenas latía... Cuando finalmente les comuniqué a todos mis allegados que había muerto, nadie se sorprendió. Todos sabíamos que acabarías así, dijeron.
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