viernes, 21 de agosto de 2009

El método

El señor Finisterre, famoso actor teatral, llegó a casa después de una dura jornada de ensayos, se sentó en el sofá y encendió la tele. Echaban una película de zombis: Cocoon. Después de un rato le entró miedo y apagó la tele. La muerte es algo tan horrible, dijo en la soledad de su cuarto de estar, pero no lo dijo entre dientes, sino alto y claro, proyectando la voz, pues tenía muchas tablas.
Decidió telefonear a Esther para ver si había posibilidad de follar con ella, ya que el señor Finisterre tenía una parafilia consistente en acostarse con chicas con nombre bíblico mientras les recitaba el Deuteronomio. Sin embargo, llamó antes a Strindbergman, que lo había dirigido en tantas obras.
—¿Sí? —respondió la voz del ínclito director sueco, que no era muy original al teléfono.
—Soy Finisterre. Te llamaba para consultarte una cosa.
—Es un poco tarde, iba a meterme ya en la cama.
—Precisamente de eso va. Verás, quiero meter en la cama a una chica, pero tengo problemas con mi papel.
—¿Qué?
—Entiendo que mi motivación es puramente sexual, pero no sé, estoy sin guión, sin trasfondo. ¿No podrías echarme una mano?
—Empiezo a cansarme de que me llames siempre cuando estás borracho. En fin, veamos: eres un actor que se acerca a los cuarenta y que goza de reconocimiento profesional. Sin embargo, las mujeres te asustan, y te asustan principalmente porque te aterran los contrarios. Los hombres los entiendes, te levantas todos los días siendo uno. Cuando meas, te dices: soy un hombre, tengo pene. Ser hombre es eso, básicamente. Tener polla. Las mujeres no tienen, son distintas, piensan de otra manera, no las entiendes.
—Bueno, mi intención es que Esther tenga mi polla en algún orificio suyo durante un rato.
—Sí, claro, pero es que no se tiene miedo cuando se está follando. Salvo en ciertas ocasiones.
—Vale, representaré mi miedo balbuceando un poco y sudando a mares, ¿te parece bien?
—Pero no sobreactúes.
—La duda ofende.

No hay comentarios: