martes, 4 de agosto de 2009

Capítulo 1795

—Escribes para siempre —dice ella.
—Sí —contesto yo—. Oye, ¿y por qué no follamos para siempre?
—Porque soy una mujer casada y fiel —responde entre risas.
—Siempre igual. Pensaba que eras especial; cualquier pelandusca en un bar puede rechazarme, ¿sabes?
Ella se ríe. Hacer reír a las mujeres no se me ha dado mal del todo. Recuerdo que en el instituto me dijo una vez un amigo: «eres muy divertido, tío, seguro que ligas un montón». La ingenuidad de la adolescencia. En realidad hay que hacer que sufran; una mujer infeliz es una mujer satisfecha. Claro que esto siempre lo niegan ellas. Disonancia cognitiva.
—Yo no te rechazo —contesta—. Sólo te dejo para más tarde.
—Eso suena peor. «Te tengo en el banquillo por si se me lesiona el titular». Creo que voy a fichar por otro equipo.
Vuelve a reír y responde:
—Oye, no es eso. Es que estoy triste y no sé lo que digo. Sólo trato de darle sentido a mi tristeza.
—Dale sentido conmigo.
—¿Cómo? ¿Qué hago? ¿Lo dejo todo por ti? Soy demasiado cobarde.
—La cobardía es una excusa barata. No vas a morir. A lo sumo, te follaré un poco.
De nuevo, risas. Quizá por esto siempre se acuerdan de mí cuando están tristes.

No hay comentarios: