Casi las dos de la mañana cuando llego a la estación de autobuses y descubro que el último de la noche salió hace más de una hora. El servicio no se reanuda hasta las seis; ¿qué hacer?, que decía Lenin. No tengo dinero para un taxi, no tengo una amante a la que llamar para pasar la noche, me he peleado hace un rato con mis amigos. Sin dinero, sin amor, sin amigos, vaya panorama, macho. ¿Qué distancia habrá desde aquí a mi casa?, me pregunto. Quince, dieciséis kilómetros. Digamos que quince. No es ni media maratón, pienso cuando echo a andar.
La noche, las estrellas en el cielo, la brisa fresca en la cara. Un conejo que brinca en la maleza. Los cristales rotos que evito pisar en la oscuridad que impera al lado de la carretera. El coche que se detiene a mi altura y acto seguido acelera súbitamente. Quién me iba a decir a mí que de espaldas parezco una puta.
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