—¿Tú qué tal andas con tacones?
—Muy bien.
—¿Sí?
—Sí. ¿Quieres verme?
—Sí.
—Pero mejor desnuda, ¿no?
Se quita el vestido y el sujetador y se deja puestos el tanga, las medias y, evidentemente, los zapatos de tacón. Camina por la habitación, sale al pasillo, yo la miro atentamente. Estoy admirando el mejor culo del mundo, me digo. Luego se da la vuelta y viene hacia mí y estoy admirando las mejores tetas del mundo. Pienso durante un momento en el mito de Pigmalión, en la estatua de perfecta belleza que se convierte en mujer de carne y hueso. Entonces se detiene frente a mí y, recostada contra la pared, me dice: «ven».
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