Tenía diez años cuando me casé con Beatriz. Los dos íbamos de blanco, pero no por la boda en sí, sino porque era verano y apretaba el calor. Yo llevaba una camiseta con publicidad de cerveza Heineken, ella no anunciaba nada. Mi hermano Abel hizo de improvisado sacerdote y terminó la ceremonia con un profético
Alea iacta est, pues el latín que manejábamos era el que habíamos aprendido en los tebeos de Astérix. Bea y yo nos dimos un casto beso en los labios, después del cual le dije: «ya eres mi mujer». Entonces terminó el verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario