Fui al cuarto de baño. Me puse a mear y de pronto una cucaracha empezó a escalar por la bañera. Miré a la cucaracha. La cucaracha me miró a mí (creo). Miré luego el dorado y continuado chorro. Qué indefenso está un hombre cuando mea. Qué inútil es. No puede ni matar a una cucaracha. Mientras yo filosofaba de esta manera, la cucaracha seguía su lento ascenso por el exterior de la bañera. Sopesé durante unos segundos la idea de mearla, pero aunque fuera un bicho asqueroso, quizá no se merecía tal humillación.
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