—Llaman a la puerta —dice ella.
—Seguro que es la muerte —contesta él.
—No seas tremendista. Voy a ver quién es.
—Vale.
—Era el cartero —dice al volver—. Ha traído un telegrama de tu madre.
—¿Ves? Era la muerte.
—No empieces.
—¿Qué dice el telegrama?
—«El precio del petróleo no deja de subir. Tu tía Gertrudis está fatal de la artritis. La vida va siempre a peor».
—Es terrible que la labor de las madres sea deprimir a sus hijos.
—Lo hacen para curtirnos y que la vida nos sorprenda positivamente.
—Que nos sorprenda positivamente a veces —apostilla él.
—A ratos, sí.
—Quítate la ropa —dice él de repente—, quiero que la vida sea mejor.
—No seas guarro.
—La culpa es del autor, que me hace decir cosas terribles.
—Es un autor pésimo.
—Pésimo. Un obseso.
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