—El Caudillo ha muerto.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Podríamos sustituirlo por uno de sus dobles y seguir como si nada.
—Imposible, ninguno consigue hablar con una voz tan aflautada, todo el mundo se daría cuenta del engaño.
—Podríamos decir que el Caudillo recibe inyecciones de testosterona como parte de su tratamiento y de ahí el cambio de voz.
—Entonces harían chistes sobre la masculinidad del Caudillo.
—¿No los hacen ya?
—Pues sí, pero mejor no darles más motivos.
—¿Y si usáramos viejas grabaciones de voz y que el doble moviera la boca?
—El playback es peligroso: puede fallar la grabación y el doble seguir moviendo la boca durante unos segundos. O peor aún: imagina que el doble resbala, cae de espaldas y el discurso continúa con total normalidad.
—Precisamente: el Caudillo no se detiene ante nada.
—Que no, hombre. Además, ¿qué pasa si viene Gerald Ford de visita? ¿Va a ponerse a hablar el Caudillo de Eisenhower? A la gente le parecería raro.
—Sí, tienes razón. La nostalgia tiene sentido hasta cierto punto. ¿Qué podemos hacer entonces?
—No sé, ya improvisaremos algo.
1 comentario:
Laralííí... laralááá...
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