Decían algunas malas lenguas en Amherst, Massachusetts, que Emily Dickinson era una bruja. Al fin y al cabo, alegaban, Salem no estaba tan lejos y eso explicaría su extraño comportamiento, su carácter esquivo, el hecho de que no buscara marido. Seguro que recibía al diablo por las noches, decían las señoras mayores. Y si vestía de blanco era para aparentar una pureza que no era real. Algunas personas se santiguaban cuando pasaban frente a su casa por la noche y veían una luz encendida en el dormitorio de Emily. Ya está apuntando hechizos en su grimorio, pensaban.
1 comentario:
Y luego se iban a rezarle a un muñeco.
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