domingo, 5 de abril de 2015

Los aquelarres de Emily

Decían algunas malas lenguas en Amherst, Massachusetts, que Emily Dickinson era una bruja. Al fin y al cabo, alegaban, Salem no estaba tan lejos y eso explicaría su extraño comportamiento, su carácter esquivo, el hecho de que no buscara marido. Seguro que recibía al diablo por las noches, decían las señoras mayores. Y si vestía de blanco era para aparentar una pureza que no era real. Algunas personas se santiguaban cuando pasaban frente a su casa por la noche y veían una luz encendida en el dormitorio de Emily. Ya está apuntando hechizos en su grimorio, pensaban.


Publicado en el número 14 de Obituario.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Y luego se iban a rezarle a un muñeco.