Llaman a la puerta. Es él. O el cartero, pero pensemos que es él. Vuelve a mirarse al espejo. Quizá tenía que haberse hecho un par de trenzas en la barba, como una alegre colegiala. Qué tontería, si las colegialas no tienen barba. Da igual, era una metáfora, se justifica.
Abre la puerta. Es él, no el cartero. Bob saluda con un gesto de la cabeza y pasea sus rizos por la sala de estar de Allen, que siente ganas de llorar de felicidad.
—Siéntate en el sofá, enseguida te sirvo una copa —dice con un aplomo que le sorprende incluso a él.
—Gracias —contesta el lacónico cantante.
—¿Puedo llamarte Bobby?
—No.
He abusado de mi suerte, piensa Allen. Rápido, arréglalo, pregúntale por su arte.
—Yo también he estado muchas veces blowing in the wind —dice como un idiota—. Lo cual es muy peligroso, pues si te pilla la policía…
Bob le mira con ojos aterrados. Está a punto de levantarse y marcharse para siempre, comprende Allen en un súbito arrebato de claridad. Y con él se marchará también el tren de la modernidad, su última oportunidad de estar en la onda.
—Mejor será que hablemos del tiempo —improvisa—. Cuéntame eso de la lluvia que dices que va a caer.
Publicado en el número 25 de Obituario.
1 comentario:
Juás!!
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