—Camarada, se le acusa de tener un extraordinario parecido físico con Trotski.
—¿Eso es un delito?
—De los peores: es un acto constante de propaganda trotskista.
—¿Y cómo va a ser eso culpa mía? Es cosa de la genética.
—Precisamente: tiene usted una genética contrarrevolucionaria.
—Pues la culpa será del Estado, que me la ha adjudicado. Yo no he tenido nada que ver.
—A alguien habrá que fusilar, que sus padres murieron hace años.
—Caso resuelto, entonces.
—No es una solución satisfactoria.
—Yo creo que mi existencia es perjudicial para Trotski, que no soy más que un simple mujik y me paseo con su cara, dejándole siempre en mal lugar.
—Hum. No, no basta. A partir de ahora, tendrá que trabajar para nosotros como tonto del pueblo. Sólo entonces podremos dejarle vivir.
—Vaya, la tontería permanente en vez de la revolución.
—Es un servicio al Estado. Una actividad de contrainteligencia.
—Sí, nunca mejor dicho.
2 comentarios:
Lo podían haber contratado para hacer publicidad del MacDonalds, y todos contentos.
Es que va a ser cierto eso de que los gobernantes son meros idiotas. Con lo fáciles que son los finales felices...
Tremenda, esta entrada es tremenda. Me temo que hay más tontos que pueblos...
Un placer leerte.
Publicar un comentario