jueves, 25 de febrero de 2010

Vodevil

Suena un teléfono en una habitación vacía. Entra Alfredo Mercurio, el famoso científico. Contesta al teléfono.
—¿Sí?
—Hola. ¿Está usted interesado en agrandar su pene?
—¿Cómo dice?
—Piense que es el momento idóneo: gracias a la crisis, han caído los precios. No espere más para tener una hombría con la que satisfacer a sus vecinas.
—Pero es que no lo necesito.
—No sea ridículo. Siempre hay sitio en los pantalones para un pene más grande.
—Escuche, el universo está en constante expansión. Por lo tanto, mi pene está en constante expansión también.
Y cuelga. En ese momento entra Juan Diácono, el cura del pueblo.
—Buenos días —dice el cura.
—Buenos días —contesta el científico.
—Venía a hablarte de Dios.
—No me interesa.
—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso lo has probado?
—No me interesa —repite Alfredo Mercurio.
—Mira, te lo puedo dejar durante quince días. Lo pruebas y me dices qué te parece. Sin compromiso.
—Bueno, pero ponlo donde no moleste.
El cura saca un crucifijo y lo coloca en la pared, presidiendo la sala.
—No me gusta ahí —dice el científico—; parece que me esté vigilando.
—Pero lo hace por tu bien.
—Mira, mételo en un armario y que me vigile las camisas.
El cura obedece, pero refunfuñando algo de que Dios no está hecho de naftalina. Entonces entra Rogelio Sastre, el modisto, cargando unas cajas de cartón.
—¿Alguien ha pedido unas camisas? —pregunta.
—No, estábamos hablando de las mías.
—Pero las que traigo están recién hechas. Calentitas.
—Me da igual, yo no las he pedido.
—Las bebidas son gratis.
—Haber empezado por ahí.
Sacan las camisas de las cajas y se las prueban. Qué cómodas son, comentan. Y además estilizan una barbaridad, apostilla Rogelio Sastre. Beben de sus refrescos cuando entra el señor Mayo, el vecino hippie que se parece a Luis XIV.
—¿Qué es todo este escándalo? —protesta—. Mis macetas no pueden dormir.
—Serán las plantas, digo yo —contesta Alfredo Mercurio.
—Mis macetas también tienen derecho, yo no discrimino —insiste el señor Mayo.
—Bien dicho; las macetas también son criaturas de Dios —interviene Juan Diácono.
—No es verdad, son criaturas del alfarero, en todo caso —corrige Rogelio Sastre.
—¿Y quién ha creado al alfarero? —pregunta el cura con tono de haber ganado la discusión.
—Pues sus padres —responde el modisto.
—Bah, con ateos es imposible —sentencia el cura.

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