Una chica joven y bonita que balancea sus caderas en la eternidad. Un poeta borracho a pesar de ser tan sólo las seis de la tarde.
—Quisiera ser siempre bella —dice la chica.
—Lo serás: en el recuerdo —responde él.
—Qué desagradable es usted.
—No es culpa mía. Soy poeta.
—Pensaba que los poetas decían cosas bonitas.
—Sólo los malos.
—¿De verdad?
—Claro. Qué poco sabes del mundo, chiquilla.
—Es que soy muy joven, sólo tengo veinte páginas de vida.
—Yo te podría escribir unas cuantas más.
—Seguro que llenas de maldades.
—Pero maldades que valen la pena ser vividas.
—¿Me lo puedo pensar?
—No hay tiempo. Basta de burocracia. Fuguémonos juntos.
—Bueno, la verdad es que tengo libre todo el día.
Fundido en negro.
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