Ella me dibuja un corazón en el pecho, pero a la derecha, para que sea un corazón diestro que utilice el hemisferio cerebral izquierdo. Un corazón analítico que haga de contrapeso al otro.
Yo me acuerdo del infierno de Dante y le escribo a la altura del corazón: «quien entre aquí, que abandone toda esperanza».
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