—Buenos días, ¿tiene usted un momento?
—Sí. Estábamos en la playa, ella llevaba un vestido blanco; derramé el champán en su escote y le...
—Oiga, ¿de qué me está hablando?
—Pues de un momento importante de mi vida, ¿no era eso lo que me preguntaba?
—No, verá, lo que preguntaba es si me puede atender.
—Claro que sí, ¿qué le pongo? Tengo fresquísimos los huevos. Y con esto no quiero decir que esté desnudo en casa, que también, sino que le hablo de mis gallinas. ¿Cuántas docenas quiere? De huevos, no de gallinas.
—Eh, no quiero comprar nada. Sólo quiero hablarle de una cosa.
—Ah, haberlo dicho antes, se explica usted fatal. Dispare.
—¿Ha leído usted la Biblia? ¿Ha aceptado a Jesús como su salvador?
—No, a Aquiles.
—¿Cómo dice?
—Que he aceptado a Aquiles como mi salvador. Puestos a leer un libro tan antiguo, prefiero la Ilíada. ¿La ha leído usted? Además, Aquiles muere por culpa de una tía buena que lo enreda todo, tiene mucho más sentido. Aunque él estaba con Patroclo, claro, Helena era para Menelao, que era el marido. La moraleja está clara: no te metas en disputas de pareja. ¿Oiga? ¿Oiga?
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