viernes, 8 de agosto de 2008

Soledades

Primero se lo pedí a H. Le dije: oye, que me voy a quedar solo una semana, podrías venir a hacerme compañía, lo pasaremos bien, ya verás. De mi estado suicida no le dije nada, que estas cosas viene bien ocultarlas. Ella me dijo que le encantaría, pero que no tenía dinero para venir y que además yo la había dejado tirada anteriormente. Sí, es cierto, lo reconozco, pero yo quería verte, contesté, es que se complicó todo. Luego se lo pedí a P. No se lo habrás pedido a H antes, espero, me dijo. ¿Yo? ¿Por quién me has tomado?, mentí. Por ti, contestó ella. Mira, si me dices que no, sí se lo pediré a ella, repuse yo. Entonces me vino con excusas baratas, cada una peor que la anterior y yo me cansé y le dije que sí a todo, que ya habría otra ocasión. No se lo pedí a ninguna más, aunque acabé escribiéndole a A cosas como: Pásate una tarde por aquí, que hace mucho calor y estoy hablando con las plantas y el perro. Sin respuesta, claro. Y cocinar para uno y dormir solo y beber también solo y las mañanas atroces y las tardes terribles y las noches insomnes.

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