martes, 8 de julio de 2008
La chica rubia (2)
Estoy en el Balneario con una chica rubia. Hace calor, el sol pega fuerte, ella se resguarda como puede porque tiene la piel delicada, el sol me da en los ojos, lagrimeo, ella sonríe, creo, me parece verlo a través de la ceguera que me estoy provocando con todo esto. Me doy cuenta de que tiene unos pies muy bonitos, pero no le digo nada, que me saldría con aquello de la golfería y lo de los detalles en los que otros hombres no reparan. Al fin y al cabo, ya me ha estado analizando un buen rato: que si se nota que a ti te gustan las chicas con el pelo largo; que si te gusta que no se maquillen; que si estás en contra de la mentira; que si te gustan todas (puede que sea verdad, pero el amor lo reservo para unas pocas). Que si eres un obseso sexual (bueno, eso me lo dirá unos días después). En un momento dado me pilla mirándole las tetas y admito que llevo toda la tarde mirándoselas. Ella ríe. Me gusta su risa, pero tampoco se lo digo. La observo atentamente cuando se levanta a comprar un helado. Me pregunto en qué categoría de boxeo pelearía, que yo siempre calculo los pesos de la gente así. ¿Peso mosca, tal vez? Vuelve con el helado. Es verano de 2008, se hace lentamente de noche, estoy sentado en un bar con una chica guapa e interesante. Nada puede salir mal.
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