miércoles, 9 de julio de 2008

La chica levemente pelirroja

¿Cómo era aquello que escribiste de ti?, le pregunto. ¿Que eras levemente pelirroja y casi te podías tocar el alma con la punta de los pies? Sí, algo así, no me lo recuerdes, contesta ella haciéndose la avergonzada. Es enero, estoy en la cama con una chica de diecinueve años. Yo tengo diez más, pero se me olvida siempre cuando hablo con ella. Lo recuerdo cuando follamos, eso sí, lo que quizás suena bastante mal, pero es la verdad.

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Hace frío en la habitación y procuramos salir lo menos posible de la cama. Me gusta tenerla cerca, acariciar su cuerpo perfecto, besarla cuando se deja. Me encantan sus cejas (sí, de nuevo los detalles originales) y ese gesto irónico que hace con la boca. Me gusta cuando se busca defectos que no tiene. Creo que no se puede ser más bonita. Me parece que se lo digo.

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Te has acostado conmigo porque te faltaba el perdedor en tu colección, ¿verdad?, le pregunto. No, me he acostado contigo porque me faltaba el escritor de culto, contesta ella. Yo me pregunto si sería precipitado pedirle matrimonio. Si algún día publico un libro te lo voy a dedicar a ti, digo de una forma muy ingenua pero sincera. Ella sonríe.

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Es ciertamente imposible tenerla desnuda al lado y no follársela. Una noche la despiertan mis manos ávidas sobre su cuerpo. Después de follar me dice: gracias por despertarme.

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Yo te trataría con dulzura siempre. Menos en la cama, tengo que admitir que ahí no me sale. Lo que quiero entonces es poseerte como si llevara deseándote toda la vida, lo que quizá sea cierto de alguna manera. Escucharte gritar de placer tiene un efecto reparador en mí. Me olvido de todo cuando dejas que libere mis demonios, que son más de lo que me gustaría reconocer.

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Me gusta porque lo ha leído todo y escribe como nadie. Me gusta su sentido del humor de chica guapa. Esa forma deliciosa que tiene de burlarse de todo. Esa forma de moverse en la vida. Como si supiera algo que los demás desconocemos. Como si no supiera lo peligrosa que es. O quizás precisamente como si lo supiera. Como si supiera que causa hecatombes suavemente.

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Por la calle, de repente, me coge la mano. Yo parpadeo tres o cuatro veces (no las cuento), asombrado. Qué bonito, pienso, que soy un romántico de la vieja escuela. Vamos de la mano por la ciudad, como dos enamorados. Luego pienso que sodomizarla la noche anterior también era muy bonito, aunque las pelis de Hollywood no lo aprueben. Seguramente nunca pueda escribir de ello, a la gente no le parecería bien.

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Si yo no me quiero ir. Si yo quiero pasar frío con ella en el salón y verla comer naranjas. Si yo quiero recitarle poemas y que me cante Le tourbillon de la vie. Si yo quiero que me hable en ruso mientras me mira a los ojos. Si yo quiero verla todas las mañanas. Y pese a todo subo al tren y me marcho.

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