lunes, 4 de junio de 2007

No hay manera de decir adiós

No hay manera de decir adiós, murmuraba mi mujer mientras tomaba un nutritivo desayuno. Yo leía en el periódico que había guerra en el otro lado del mundo, quizás en un lugar imaginario. Por lo que a mí respecta, lo es, pensé, mientras pasaba a la sección de deportes y empezaba a leer los gráficos explicativos de por qué un gol es un gol y no una mesita de jardín.

Entonces mi señora rompió a llorar y me acusó de haber robado su juventud y habérsela vendido a unos traperos. O algo así, pues me costaba entenderla con tanto sollozo. Yo le di un sorbo a mi café y le dije que no dramatizara tanto, que era muy temprano para estar triste y que ya se encargaría el natural discurrir del día de deprimirnos. Ella hizo como que no me había escuchado y siguió llorando. Suspiré y volví a mi lectura. Por lo visto, el entrenador de mi equipo consideraba que era conveniente fusilar a los jugadores para superar la crisis de juego y resultados.

Si pudieras volver atrás, ¿no cambiarías nada?, preguntó de pronto mi mujer. Dejé el periódico sobre la mesa y la miré en silencio.

Había empezado a llover. En ese momento reparé en que había olvidado leer mi horóscopo.

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