Por fin había empezado la Revolución. Los ciudadanos, cansados de la política del Gobierno, habían organizado una manifestación pacífica frente al Parlamento. Todo parecía marchar bien, pero entonces las cosas se torcieron. Se había decidido guardar unos minutos de silencio por las víctimas de la guerra, pero el señor Pi, que miraba su reloj en ese preciso momento, musitó "qué tarde es", lo cual fue oído por todos e hizo que volvieran precipitadamente a sus casas.
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