La persona se acariciaba el mentón mientras observaba con aire circunspecto el tono anaranjado de las nubes sobre los rascacielos. La ciudad se adentraba en un lento sopor. La persona se levantó del banco en el que se encontraba sentado y se dirigió con paso firme a su destino. Su novia le esperaba anhelante con los brazos abiertos (y con las piernas abiertas). Se preguntaba cosas tan profundas como "¿existirá un planeta sin sexo?" y "¿vivirá alguien allí?". El día anterior había ido con su novia, a la que llamaremos Sally, a un ciclo de cine etíope subtitulado al noruego, por lo que ambos disfrutaron intensamente. Tras salir de allí y sopesar la opción del suicidio como solución de futuro, decidió que la vida era demasiado corta para ser vivida una sola vez. En ese momento se le ocurrió una idea brillante: pensar.
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