«Yo conozco mi cuerpo», declaraba mi padre para expresar la idea de que no podía estar pasándole nada grave. ¿Cómo iba él a sospechar que no le quedaban ni dos meses de vida, si había ido al hospital por un simple estreñimiento? Se murió engañado, lo que por una parte nos parece un modo de compasión. Así no sufrió, nos decimos. Pero no puedo dejar de pensar que hay también una crueldad en ello, que a un adulto se le arrebate la verdad y fallezca convencido de que pronto estará otra vez bien, que la vida continuará como hasta ahora.
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