El otro día fui a un fotomatón con la idea de obtener unas fotografías recientes de mi rostro para renovar el documento que acredita legalmente mi identidad. Este evento carente de interés me hizo reflexionar acerca de mi relación siempre complicada con la fotografía. Tengo pocas fotos mías, la verdad. Cosas de la escasa fotogenia, supongo. Quién quiere sacarse fotos cuando ni siquiera soporta verse en el espejo. Del mismo modo, las chicas de mi vida tampoco fueron propensas a inmortalizarse a mi lado, a pesar de vivir en la época del fotografiarlo todo. Como si desearan que no quedaran pruebas gráficas de mi presencia. No puedo criticarlas, hacían bien en pensar en la posteridad, que es muy puñetera y juzga siempre con el ventajismo del tiempo.
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