miércoles, 14 de enero de 2015

La súplica

—Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
—¿Eh? Se confunde usted de persona.
—Perdona, Noguera, la costumbre. Soy el dios de Abraham, ¿por qué no crees en mí?
—Tengo por norma no creer en personajes de ficción, soy así de raro.
—Pero adoras a otros personajes de ficción. Arturo Bandini, por ejemplo. O Lawrence Breavman.
—Sí, es cierto, pero es que son más divertidos y menos psicópatas. Más humanos, en definitiva.
—Pero yo no tengo la culpa de que me hayan escrito así. ¡Era una época muy rigurosa! Y una zona habitada por gentes muy estrictas, ¿qué culpa tengo yo de que no fueran personas ilustradas? Cualquier otro personaje de ficción entonces habría salido como yo: cruel y brutal.
—Ya, pero es que esa falta de arrepentimiento general... Heracles se cargó a su mujer e hijos, pero después al menos se sintió mal.
—¡Mérito del autor, que era griego! A mí también me habría gustado ser un dios griego y disfrutar del vino y el sexo. ¡Ah, los placeres! En vez de eso, me escribieron abstemio y eunuco, ya ves. Lo único que me queda es la adoración casta de los creyentes, ¿no te doy pena?
—No tanta como para creer en su existencia, la verdad. Hay figuras trágicas en la literatura mucho más interesantes.
—¿Y no podrías reescribirme tú, Noguera? Actualizarme, hacerme más atractivo. Hay dinero en eso, ¿sabes? Las sectas siempre son un negocio boyante, hay muchas personas con necesidad de pertenecer a algún movimiento. Yo lo sé bien, hazme caso.

1 comentario:

Microalgo dijo...

Ya ha visto Usted cómo trata Dios a los que le sirven. NINGUNO acaba bien. Es una trampa. Huya.